MERCADOCRACIA
Rajoy, entre aplausos cínicos y vergonzantes de la bancada popular, va anunciando, una a una, las medidas que nos acercan aún más a la miseria y a la catástrofe. La subida del tipo general del IVA del 18 al 21% y del tipo reducido del 8 al 10%, la eliminación de la paga extra de Navidad para los empleados públicos, la reducción a partir del sexto mes del 60 al 50% de la base reguladora en las prestaciones por desempleo, los recortes en las prestaciones del sistema de dependencia, la aceleración del retraso de la edad de jubilación a los 67 años… Pero, ¿qué aplauden estos señores? Mientras España, esa palabra que tanto usa y viste la derecha gobernante, se va por el sumidero, casi dos centenas de señores trajeados y señoras que viven en un país irreal aplaude el programa político de la miseria. No hablemos ya de democracia, ni siquiera de democracia representativa; el modelo político y de gobierno que Rajoy está imponiendo es el de la mercadocracia. La ciudadanía no vale nada, el voto tampoco, los programas electorales son una tremenda engañifa. Las políticas que está imponiendo el PP en este país de todos los demonios hacen tabla rasa con lo que queda del Estado social y democrático de Derecho que enuncia el artículo uno de la Constitución española. Rajoy deja tan solo un escuálido Estado de derechas. A este país, ahora sí, no lo va a reconocer ni la madre que lo parió. La mayoría absoluta del PP entró hace apenas medio año en las Cortes como un elefante en una cacharrería y se ha juramentado para no dejar títere con cabeza. El argumentario para adoptar todas estas medidas de destrucción social, centrado en las exigencias de los mercados, sólo puede entenderse desde la vergonzante sumisión del poder político –votado por los ciudadanos y ciudadanas- al poder que ejercen esos mercados, o bien como el socorrido achaque para dinamitar el modelo social. En realidad, la explicación es ésta última, porque hasta Rajoy –que no es en absoluto un lince- sabe que los denominados mercados financieros se tragarán en menos de una semana los efectos teóricamente positivos de todas estas medidas y continuarán jugando su partido, el de la especulación que le permite la arquitectura financiera diseñada por la casta político-burocrática europea. Todo esto hunde sus raíces en “Maastricht”, aquel modelo de construcción europea al que en su día se opuso Izquierda Unida, y por lo que fue tildada de irresponsable, de vivir en otro mundo, de espaldas al futuro. Ahora todos estamos viendo y padeciendo, en presente, el futuro que pergeñó “Maastricht”. Nos contaron el cuento de que se habían acabado las clases y que éste era un país de clase media, al tiempo que nos iban adormeciendo y disuadiendo, consecuentemente, de nuestra capacidad de defender nuestros derechos como clase trabajadora. Y esta filosofía caló, tanto que, hasta hace sólo unos años, llamar obrero a un trabajador era poco menos que un insulto. Todos, o casi todos hemos contribuido a eso, incluidas las organizaciones sindicales y, especialmente las mayoritarias, a una de las cuales éste que escribe pertenece. Ahora toca afilar las viejas herramientas de lucha, las de siempre, las que nunca se debieron haber abandonado, porque al final lo que hay es lo de siempre; la lucha de los de abajo por sobrevivir frente al intento de los de arriba por mantener e incrementar su tasa de beneficios. La única diferencia, si acaso, es que ahora los de arriba intentan conseguirlo imponiendo un modelo económico que no produce nada, simplemente se dedica a especular, al que llaman neoliberalismo pero que, en realidad, deberíamos rebautizar como capitalismo parasitario. Ahora solo nos queda la calle, a la que, por otra parte, nos han echado.
Fdo.: Manuel Pegalajar Puerta.
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