Dentro de unos días vamos a conmemorar el Ocho de marzo, el Día Internacional de las Mujeres. Estaremos en la calle con nuestras octavillas y nuestros manifiestos, participaremos en tertulias y debates, habrá declaraciones en los medios de comunicación y las cadenas de televisión se harán eco de este día y programarán alguna película o algún documental. Será, nuevamente, un día de afirmación de la identidad de las mujeres pero, sobre todo, será un día de lucha porque, a estas alturas del siglo XXI, los avances que habíamos conseguido de derecho y que están recogidos en la Constitución Española y en el Estatuto Andaluz, no sólo no garantizan de hecho la igualdad por la que luchamos, sino que el avance de las políticas neoliberales está dejando en papel mojado algunas conquistas del estado social, y las sucesivas reformas laborales dificultarán, aún más, el acceso al empleo de las mujeres y facilitará su despido “liberándolas”, otra vez, del campo y la fábrica, como rezaba la propaganda franquista. Sabemos, naturalmente, que las mujeres no van a dejar de trabajar; simplemente, van a dejar de tener empleo, pero tendrán que coser con su dedicación, su tiempo y sus cuidados los rotos producidos por los recortes en los servicios públicos y la precariedad en el empleo que dejarán a su cargo, cada vez más, a los mayores dependientes y a los hijos con un futuro incierto. Es una especie de energía emocional que las mujeres derrochan, que no aparece en ninguna estadística y que no pocas veces se les vuelve en contra, ante la incomprensión de unos y la indiferencia de otros, pero que forma parte de la construcción cultural del ser mujer. Sólo con una alternativa feminista tan clara como liberadora se puede construir un modelo más justo de sociedad y de familia, sin ningún tipo de plusvalía, ni siquiera emocional, como diría Ann Ferguson; pero la plusvalía, y la plusvalía emocional, son la base de la explotación del sistema capitalista y del patriarcado y sólo superando esos modelos, anclados en la historia y en la injusticia, podemos conseguir una sociedad de hombres nuevos y de mujeres nuevas, la que propugnaba y teorizaba Alejandra Kollontai.
Sé que muchas de estas reflexiones forman parte de la teoría y la praxis de muchas mujeres que participaron en la manifestación convocada por los Sindicatos el pasado día veintinueve en Jaén y que anticipaban, con su presencia, un Ocho de marzo claramente combativo ante la gran agresión que supone para todos los trabajadores, y especialmente para los colectivos más vulnerables, jóvenes y mujeres, la reforma laboral del Partido Popular.
Allí estaban las mujeres que, en los años setenta, se incorporaron a la lucha contra la dictadura y se hicieron feministas porque la igualdad no era sólo un objetivo, sino también una estrategia de transformación; algunas están jubiladas o siguen trabajando; otras, dejaron un empleo para cuidar de su familia y otras, llevan como pueden su situación de paradas. Alguna fue a la manifestación y dejó a su madre al cuidado de una vecina que no suele acudir a esas cosas; otra le dijo a su hijo que iría a manifestarse por él, ya que el joven tiene un trabajo de esos de plena disponibilidad y cuatrocientos euros y tenía que trabajar esa tarde; una le dijo a su marido que ya está bien de quejarse, que el acuerdo sobre la jubilación no era algo ajeno a lo que está pasando y que ella quería también hacerse ver y levantar su voz y otra le dijo a su hija que se fuera a la Universidad porque tenía clase, pero que era su futuro el que estaba en juego y que ella iba a defenderlo…
Mujeres de todas las edades y profesiones, con distintas experiencias de lucha, y mujeres jóvenes, un soplo de aire fresco y de esperanza, levantando su voz y plantando cara a quienes quieren que retrocedamos más de cien años en nuestros derechos duramente conquistados. Juntas y unidas, como siempre debemos estar quienes compartimos objetivos y tareas tan nobles como la igualdad entre los seres humanos: lo dijimos en la manifestación del miércoles pasado y lo diremos de nuevo, con entusiasmo y con fuerza, el Ocho de marzo. Nos vemos, compañeras.
ANA MORENO SORIANO
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